sábado, 18 de agosto de 2007

Llegada a la Trapa

Llegamos finalmente a un refugio donde nos esperaba el papá de Diego para pasar la noche. El viaje fue un poco lento a causa de la lluvia y el tráfico intenso. El frío se sentía por todo el cuerpo a pesar de todo el abrigo que traíamos puesto. La noche estaba muy oscura y nuestros cuerpos pedían un descanso. A todo esto era alrededor de las 11 pm. Por suerte en la posada había una estufa de cuarzo para hacerle frente al frío.
Dormimos esa noche y al otro día madrugamos tempranito para llegar a rezar laudes en el monasterio. Todavía estaba muy oscuro, pero en cielo se lograban ver algunas estrellas. Llegamos a la Trapa a las 5:30 am y entramos directo a la Iglesia. La penumbra del lugar apenas permitía ver por donde caminábamos. Avanzamos lo más adelante posible que pudimos y nos sentamos.
Después de estar un tiempo a oscuras las pupilas de los ojos se habían acostumbrado y empezaban a buscar si había algún monje por adelante. Pero la falta de luz no permitía distinguir las formas con claridad.De repente se escuchó la manija de una puerta lateral bien al frente, cerca del altar, y unas personas encapuchadas fueron entrando de a poco y se acomodaron en un sector de la iglesia reservado para los monjes. Eran ellos unos extraños personajes con aquella vestimenta tan particular. Uno de ellos se acercó al altar y tomó una cuerda que colgaba del techo haciéndola bajar y subir al compás de las campanas.
El sol no había asomado pero los primeros cantos de un salmo subieron al cielo. En medio de ese clima de oración y alabanza se respiraba una paz silenciosa. Las palabras estaban de más ... las almas se comunicaban cara a cara con su creador.
Luego empezó la ceremonia religiosa, cada monje tenía asignada una tarea. Atrás estabamos nosotros, casi como expectadores. Mientras avanzaba la misa, tan cotidiana y cercana para ellos, tan particular y atrapante para nosotros. De repente sucedió algo inesperado. Uno de los monjes hizo una seña para que todos los que estábamos atrás nos aproximáramos. Con un paso titubeante miré al papá de Diego, quien asintió con la cabeza para que vayamos. Uno a uno fuimos subiendo al altar; y entre ellos y nosotros formamos un círculo dejando en el centro una piedra rústica de gran tamaño que servía de altar. La respiración parecía estar contenida, el aire ya no hacía falta, la vida se estaba transformando delante de todas esas miradas a 360º. Se pronunciaron unas palabras, se comió y se bebió; y de esta forma se dio inicio al retiro.



y así comenzó el viaje interior antes de volver a la ciudad eterna.

Gracias Guille, Diego y Edu por permitirme compartir este fin de semana increible con ustedes y los monjes de la Trapa.





Para ver más fotos:
La Trapa

1 comentario:

Miguel Balcarce dijo...

epa! Te fuiste a la Trapa! No habrás ido a buscar lo mismo que Pablito no? Que fue soltero y volvió de novio jaja.
Como estuvo?
Mantené el blog en Italia.
Un abrazo